“Cuanto más incómoda es una verdad, más recursos se invertirán en negarla.”
He leído en su columna más reciente, como Arcadi Espada ataca de frente la hipocresía que rodea la polémica por la publicación de mensajes entre el presidente del Gobierno y su exministro José Luis Ábalos. Lo hace con ironía afilada y una defensa radical del periodismo cuya única moral —dice— debe ser la verdad.
No es el filtrador, es el mensaje
Espada denuncia cómo se criminaliza al filtrador de los mensajes, mientras se absuelve tácitamente al poder político que aparece retratado en ellos. Al mismo tiempo, defiende el derecho del periódico a publicar dicha correspondencia, argumentando que no hay delito alguno, y que su difusión cumple una función pública clara: mostrar cómo opera el poder cuando cree que nadie lo observa.
La pregunta es sencilla: ¿acaso no interesa saber lo que dice un presidente en privado, si esas palabras revelan decisiones, estrategias o valores que afectan a todos?
El buen periodismo es feo, pero necesario
Uno de los pilares del texto es la idea de que el mejor periodismo es aquel que incomoda. Que mira por la cerradura, porque es precisamente allí donde se esconden las verdades que el poder no quiere mostrar. Según Espada, la estética no es el criterio: la verdad sí. Y si esa verdad se encuentra en mensajes “feos” o personales, también deben publicarse.
Denunciar, según el autor, que se publique lo que es incómodo solo muestra el nerviosismo del poder ante la transparencia. Lo privado deja de serlo cuando quien lo emite representa a una institución pública.
Privacidad en las alturas
Espada lanza una metáfora aguda: “A medida que uno sube en la vida, pasa lo que en las altas montañas: la vida privada va desapareciendo como el oxígeno”. Cuanto más poder tienes, más se justifica el escrutinio. Y esa es la base de su argumentación: la vigilancia sobre los actos (y palabras) de quienes gobiernan no puede tener zonas vedadas.
Incluso juega con ejemplos irónicos de mensajes ficticios que, en su opinión, también deberían publicarse si el contexto lo justifica: una queja sobre el ritmo de trabajo o un malestar con una figura cercana al presidente, como Begoña Gómez. Todo sirve si apunta a una dimensión de lo público.
Transparencia y sátira política
Como es habitual en sus textos, Espada introduce referencias cultas y giros sarcásticos —desde Christopher Hitchens hasta la colocación de “pájaras” en el gobierno— para reforzar su visión: lo importante no es el decoro, es la verdad. Y si esa verdad pone incómodo al poder, más razón aún para mostrarla.
El remate es demoledor: en lugar de gritar escandalizados, el Gobierno y el partido deberían haber respondido a la filtración con una sola frase: “Un modélico ejercicio de transparencia.”
Arcadi Espada no solo defiende la publicación de los mensajes entre Sánchez y Ábalos, sino que la convierte en símbolo del único deber real del periodismo: decir la verdad, aunque duela. Especialmente cuando esa verdad afecta a quienes están más arriba, donde el aire escasea y la privacidad, simplemente, se evapora.

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