Cuando dar un paso al lado es lo mínimo exigible
En junio de 2018, Pedro Sánchez derribó al Gobierno de Mariano Rajoy mediante una moción de censura basada en una exigencia: asumir la responsabilidad política ante la corrupción. “No basta con pedir perdón”, dijo entonces desde la tribuna del Congreso. Hoy, siete años después, esas mismas palabras pesan como una losa sobre su propia figura.
Los escándalos que rodean al entorno de Sánchez no son incidentes aislados ni errores fortuitos. José Luis Ábalos, su ministro y secretario de Organización, está acusado en el caso Koldo de tráfico de influencias y enriquecimiento ilícito. Santos Cerdán, su sucesor orgánico, está en prisión preventiva por liderar una red de comisiones ilegales. Francisco Salazar, su asesor más personal, fue apartado tras revelarse su implicación en posibles casos de acoso sexual, justo antes de asumir un nuevo cargo en la cúpula del PSOE.
Estos tres hombres no eran figuras de segundo plano. Eran su círculo íntimo, seleccionados, promovidos y protegidos por él. Pero no acaba ahí. Su esposa, Begoña Gómez, está siendo investigada por tráfico de influencias; su hermano, David Sánchez, por prevaricación; y el Fiscal General del Estado, por revelación de secretos en un caso con connotaciones políticas.
Ante esta situación, Pedro Sánchez ha respondido con un perdón público, anuncios de más controles internos y la promesa de “seguir adelante”. Sin embargo, eso ya no es suficiente. De hecho, eso es exactamente lo que él mismo reprochó a Rajoy: mirar hacia otro lado, minimizar la gravedad y no asumir consecuencias.
Un paso al lado: lo mínimo exigible
La magnitud de los casos y su cercanía al presidente del Gobierno imponen una respuesta de otro nivel. Sánchez no puede seguir gobernando como si nada, sin erosionar la credibilidad institucional ni el legado que decía construir. Si en 2018 la corrupción de un tesorero justificaba un cambio de Gobierno, hoy la corrupción de dos secretarios de Organización, un ministro, y la investigación judicial de su entorno familiar y del fiscal general hacen ineludible una salida digna.
Lo primero que debería hacer Pedro Sánchez es dimitir.
Una retirada voluntaria permitiría que el PSOE eligiera un nuevo liderazgo con legitimidad renovada. Solo entonces se podría emprender una auditoría interna real, adoptar medidas de regeneración democrática y exigir responsabilidades políticas y procesales sin sombra de protección o cálculo personalista.
Insistir en continuar al frente, alegando “traición de personas cercanas”, no es liderazgo: es negación de la realidad. Y eso, viniendo de quien exigió a otros “dignidad política”, se convierte en una forma intolerable de cinismo.
Pedro Sánchez debe marcharse. Porque como él mismo proclamó entonces, ante la corrupción: “No basta con pedir perdón. Hace falta responsabilidad.

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