MALA PERSONA
Cuando faltan los argumentos, sobran los insultos.
Hace unos días, me quedé perplejo leyendo las noticias. Uno de esos titulares que parecen sacados de una novela satírica: una vicepresidenta del Gobierno, y además ministra de Trabajo, calificaba de “mala persona” a un compañero de gabinete. No a un rival político, no a un líder de la oposición, sino a otro ministro del mismo Ejecutivo: Carlos Cuerpo, titular de Economía. ¿El motivo? No había apoyado una propuesta legislativa de la vicepresidenta, alegando razones técnicas.
Lo primero que pensé fue: ¿En qué momento el debate político perdió los modales más básicos? Pero la curiosidad pudo más, y quise entender mejor qué había detrás de este episodio tan peculiar. Busqué información sobre ambos ministros: sus trayectorias, sus formaciones, sus áreas de especialización. Lo que encontré no hizo más que reforzar mi asombro.
Contrastes formativos
Empecemos por lo académico. Yolanda Díaz es licenciada en Derecho por la Universidad de Santiago de Compostela. Su formación se centra en el ámbito jurídico y laboral: derecho urbanístico, relaciones laborales, género, ordenación del territorio, seguridad social… Un perfil respetable, con enfoque claro en lo social, pero alejado del análisis económico riguroso.
Carlos Cuerpo, por su parte, tiene una trayectoria difícil de igualar en términos técnicos: licenciado en Economía por la Universidad de Extremadura, doctor en Economía por la Universidad Autónoma de Madrid, máster en la London School of Economics. Ha trabajado en la Comisión Europea, en el Tesoro español, y ha sido profesor en universidades como la George Washington University. Su currículum es eminentemente técnico e internacional.
Experiencias profesionales divergentes
También sus trayectorias profesionales reflejan mundos distintos. Yolanda Díaz comenzó como pasante en un despacho de abogados, y luego abrió el suyo propio en Ferrol. Siempre ha estado ligada a la defensa de los trabajadores, desde una perspectiva legal y sindical.
Carlos Cuerpo, en cambio, pertenece al Cuerpo Superior de Técnicos Comerciales y Economistas del Estado, una de las oposiciones más exigentes del país. Su carrera se ha desarrollado en el ámbito del análisis macroeconómico, las finanzas públicas y las políticas internacionales.
Un desacuerdo técnico, no personal
El desacuerdo entre ambos se produjo en el contexto de una propuesta legislativa con importantes implicaciones económicas. No soy economista, pero incluso alguien ajeno al tema puede entender que decisiones de este calado exigen un análisis técnico sólido.
Aquí es donde la diferencia entre sus perfiles cobra sentido. Díaz representa una visión jurídica y social; Cuerpo, una visión técnica y basada en datos. Es legítimo que haya diferencias de criterio. Lo que no es legítimo —ni elegante— es convertir una discrepancia técnica en un ataque personal.
Un insulto innecesario
La frase, pronunciada en un foro público, no deja lugar a interpretaciones: “mala persona”. ¿Qué significa eso en política? ¿Es un juicio ético? ¿Un recurso emocional? ¿Una forma de deslegitimar al otro cuando faltan argumentos? Para mí, es esto último.
Cuando se acude al insulto en lugar de al razonamiento, se vacía el debate. Se convierte el desacuerdo en enfrentamiento. Se borra la diferencia entre el rigor y la soberbia. Y, sobre todo, se transmite un mensaje preocupante: que quien no piensa igual, no solo se equivoca, sino que es moralmente inferior.
No se trata de defender a uno u otro ministro. Se trata de defender el respeto, la seriedad y la responsabilidad en el ejercicio de la política. Especialmente cuando hablamos de decisiones que afectan al empleo, la economía, el bienestar de millones de personas.
En un país con desafíos estructurales graves, lo que menos necesitamos es una política de gestos, de titulares fáciles o de insultos gratuitos. Necesitamos liderazgos capaces de debatir sin destruir, de disentir sin descalificar, de poner las ideas por encima del ego.
Porque al final, como en la vida, la política debería ser el arte de construir algo mejor para todos, no un escenario para que los egos personales desplacen el rigor y la sensatez.
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