jueves, 15 de mayo de 2025

DELITO DE FILTRACIÓN



Si la verdad duele, siempre habrá un comité dispuesto a demostrar que es mentira.”



El delito de filtración: cuando el poder se atrinchera en el relato


En su columna de hoy en un diario nacional, titulada “El delito de filtración”, Alberto García Reyes lanza una crítica directa al presidente del Gobierno, señalando el uso del relato como escudo político. Según el autor, Pedro Sánchez no reacciona ante las filtraciones por violar derechos o la ley, sino por el impacto que tienen en su estrategia de poder.


El relato como instrumento de control


Durante su intervención en el Congreso, Sánchez calificó como escándalo una supuesta filtración relacionada con un correo del entorno de Isabel Díaz Ayuso. García Reyes subraya que esta filtración nunca existió, y que el presidente utiliza esa “indignación” como un movimiento político para victimizarse y, de paso, intentar desacreditar a sus adversarios.

Aquí no se está juzgando la legalidad de una acción, sino su utilidad narrativa. Y esto, como señala el artículo, es parte de una maquinaria que va mucho más allá de lo jurídico: se trata de imponer una versión de los hechos que blinde al Gobierno.


Silencios estratégicos y dobles varas


El autor recuerda con precisión quirúrgica que otras filtraciones, mucho más comprometedoras para el propio partido del Gobierno, nunca merecieron condena pública. Mensajes entre ministros, correos personales, documentación confidencial enviada por altos cargos… Todos estos episodios pasaron sin pena ni gloria para quienes hoy se llevan las manos a la cabeza.

Lo que revela este patrón es una doble vara de medir: solo es delito si la filtración perjudica a quienes están en el poder. Si beneficia al relato oficial, se disimula o incluso se instrumentaliza.



Una prensa en la cuerda floja


El texto también apunta al papel de ciertos medios y encuestadoras como el CIS, cuya credibilidad queda cada vez más en entredicho. Las encuestas parecen alinearse sospechosamente con los intereses del Ejecutivo, mientras la crítica periodística se diluye en medio de un bombardeo propagandístico que busca controlar todos los frentes: desde los platós hasta las redes sociales.


La alusión a la UCO y a las investigaciones judiciales, junto con la forma en que se manipulan los tiempos de los escándalos, refuerzan una idea: el verdadero campo de batalla no es legal, sino comunicacional.



Un cierre con sarcasmo y verdad


García Reyes cierra el artículo con ironía, evocando una copla convertida en dardo político entre Ábalos y Sánchez: “Acuérdate cuando entonces bajabas descalzo a verme y ahora no me conoces”. La frase funciona como símbolo de una relación rota, no solo personal, sino política. Una traición, una lealtad desechada, un escándalo que amenaza con devorar al PSOE desde dentro.


El remate es brutal: tratar de ocultar todo este lío mediático y político con un discurso de indignación moral es, según el autor, como intentar tapar una cagarruta con una boñiga. Crudo, pero directo.

Lo que está en juego no es si hubo o no una filtración. Es quién decide qué filtraciones importan y por qué. Cuando el poder legisla el relato y lo convierte en ley moral, el problema ya no es judicial: es democrático.




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