“La ciencia que se aparta de la justicia, más que ciencia debe llamarse astucia.” — Cicerón
La Censura Progresista: Astucia disfrazada de Justicia
Este fenómeno no tiene color ideológico único, pero cobra especial relevancia cuando quienes dicen defender la inclusión recurren a la censura para blindarse de la crítica.
En España, la gestión de Pedro Sánchez es un ejemplo claro. Cualquier intento de investigar a su entorno o cuestionar sus políticas se desactiva con etiquetas: “fake news”, “odio” o “machismo”. Las leyes sobre desinformación o privacidad, útiles en principio, se convierten en barreras para el periodismo incómodo.
El caso de Begoña Gómez es paradigmático. En lugar de abrir el debate, se desacredita a los críticos, y se alimenta un clima de autocensura. Así, investigar deja de ser un derecho y se convierte en riesgo.
La doble vara es evidente: escándalos de la derecha se amplifican; los de la izquierda se minimizan. El tratamiento mediático a los casos contra Unidas Podemos confirma ese sesgo.
Además, se reescribe el pasado bajo una mirada ideológica. Como advirtió Antonio Muñoz Molina, esa reinterpretación busca justicia, pero puede derivar en una versión única que sofoca el análisis plural.
La censura progresista fragmenta la sociedad. Disfrazada de defensa de derechos, silencia opiniones divergentes y polariza el debate público. El miedo a la cancelación desplaza a la reflexión.
Como advirtió Cicerón, apartar la justicia de la verdad es astucia política. Hoy, esa astucia se disfraza de progreso. El problema no es solo lo que se prohíbe, sino lo que ya ni se puede decir sin consecuencias.
Defender la libertad de expresión no es una consigna vacía. Es el único antídoto contra el autoritarismo que se presenta como tolerancia. Una democracia sólida necesita crítica, debate y voces libres, no silencio impuesto.
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