La estupidez es valiente: nunca duda, nunca aprende.
El mandato emocional de Pedro Sánchez
Pedro Sánchez no es solo presidente del Gobierno. Es, para muchos de sus votantes, un escudo. Un mal necesario. El símbolo de un mandato político que no se sostiene tanto en la ideología como en el rechazo visceral al adversario. Su permanencia en el poder ya no depende de un proyecto socialista reconocible ni de un liderazgo regenerador, sino de una consigna que se ha convertido en mantra: cualquier cosa antes que la derecha.
Este fenómeno ha dado lugar a una paradoja inquietante. Aunque el propio Sánchez ha vulnerado principios clave del constitucionalismo, ha roto promesas de campaña, y ha cruzado líneas que antes habría denunciado, sigue siendo preferido por gran parte de la izquierda. No por lo que representa, sino por lo que impide.
Una izquierda que vota con la nariz tapada
El caso de la amnistía lo dejó claro: el Gobierno aprobó una medida que no figuraba en su programa, que había descartado públicamente, y que fue negociada con actores que no reconocen ni el marco legal ni la soberanía del Estado. Aun así, buena parte del electorado progresista cerró filas. No por convicción. Por miedo.
En este contexto, Sánchez no necesita justificar sus alianzas ni sus cesiones. Le basta con invocar el peligro de la “ultraderecha”, el fantasma del retroceso. Cada elección se convierte en un referéndum binario: o él, o el abismo. Esta lógica desactiva cualquier debate crítico. ¿Corrupción? ¿Instrumentalización de las instituciones? ¿Uso partidista del poder? Todo es tolerable si el resultado es evitar un gobierno del PP o de Vox.
Sánchez, el presidente que vació al PSOE
Lo más sorprendente es que este respaldo no se traslada a otras figuras del socialismo. El electorado que sigue votando al PSOE no votaría a otro líder con el mismo programa si no tuviera la capacidad de vencer al bloque de derechas. Sánchez ha personalizado la resistencia: él es el muro. No hay alternativa dentro del partido porque nadie más parece capaz de contener al “enemigo”.
En ese sentido, su liderazgo no es ideológico, es emocional. Se sostiene en una narrativa de confrontación que convierte cualquier crítica en sospecha de traición. Disentir es “hacerle el juego a la derecha”. Pedir coherencia es ser ingenuo. En este terreno, la política se transforma en tribalismo, y el pragmatismo de Sánchez se convierte en virtud heroica.
El precio del todo vale
Pero este modelo tiene consecuencias. La cultura política se degrada, la desafección crece, y el discurso público se envenena. No hay espacio para matices, ni margen para el pensamiento crítico. Lo único que importa es mantener al adversario fuera del poder, aunque eso implique renunciar a principios, normalizar la mentira o justificar lo injustificable.
Pedro Sánchez ha sabido aprovechar esta dinámica. No lidera un proyecto socialista, sino una coalición emocional contra la derecha. Su pragmatismo no es una herramienta de gobierno, es la única ideología que sobrevive en su entorno: una política sin proyecto, sin límites, y sin más horizonte que el poder mismo.
Reflexión final
Mientras siga funcionando el “con tal que no gobierne la derecha”, Sánchez seguirá siendo imprescindible para muchos. Aunque desgaste al PSOE. Aunque erosione la confianza institucional. Aunque convierta la política en un juego de equilibrios inestables. Porque el miedo, cuando se convierte en motor político, permite justificarlo todo.
La pregunta es: ¿hasta cuándo?




