domingo, 25 de mayo de 2025

CON TAL QUE NO GOBIERNE LA DERECHA





La estupidez es valiente: nunca duda, nunca aprende.



El mandato emocional de Pedro Sánchez


Pedro Sánchez no es solo presidente del Gobierno. Es, para muchos de sus votantes, un escudo. Un mal necesario. El símbolo de un mandato político que no se sostiene tanto en la ideología como en el rechazo visceral al adversario. Su permanencia en el poder ya no depende de un proyecto socialista reconocible ni de un liderazgo regenerador, sino de una consigna que se ha convertido en mantra: cualquier cosa antes que la derecha.

Este fenómeno ha dado lugar a una paradoja inquietante. Aunque el propio Sánchez ha vulnerado principios clave del constitucionalismo, ha roto promesas de campaña, y ha cruzado líneas que antes habría denunciado, sigue siendo preferido por gran parte de la izquierda. No por lo que representa, sino por lo que impide.


Una izquierda que vota con la nariz tapada


El caso de la amnistía lo dejó claro: el Gobierno aprobó una medida que no figuraba en su programa, que había descartado públicamente, y que fue negociada con actores que no reconocen ni el marco legal ni la soberanía del Estado. Aun así, buena parte del electorado progresista cerró filas. No por convicción. Por miedo.

En este contexto, Sánchez no necesita justificar sus alianzas ni sus cesiones. Le basta con invocar el peligro de la “ultraderecha”, el fantasma del retroceso. Cada elección se convierte en un referéndum binario: o él, o el abismo. Esta lógica desactiva cualquier debate crítico. ¿Corrupción? ¿Instrumentalización de las instituciones? ¿Uso partidista del poder? Todo es tolerable si el resultado es evitar un gobierno del PP o de Vox.


Sánchez, el presidente que vació al PSOE


Lo más sorprendente es que este respaldo no se traslada a otras figuras del socialismo. El electorado que sigue votando al PSOE no votaría a otro líder con el mismo programa si no tuviera la capacidad de vencer al bloque de derechas. Sánchez ha personalizado la resistencia: él es el muro. No hay alternativa dentro del partido porque nadie más parece capaz de contener al “enemigo”.

En ese sentido, su liderazgo no es ideológico, es emocional. Se sostiene en una narrativa de confrontación que convierte cualquier crítica en sospecha de traición. Disentir es “hacerle el juego a la derecha”. Pedir coherencia es ser ingenuo. En este terreno, la política se transforma en tribalismo, y el pragmatismo de Sánchez se convierte en virtud heroica.


El precio del todo vale


Pero este modelo tiene consecuencias. La cultura política se degrada, la desafección crece, y el discurso público se envenena. No hay espacio para matices, ni margen para el pensamiento crítico. Lo único que importa es mantener al adversario fuera del poder, aunque eso implique renunciar a principios, normalizar la mentira o justificar lo injustificable.

Pedro Sánchez ha sabido aprovechar esta dinámica. No lidera un proyecto socialista, sino una coalición emocional contra la derecha. Su pragmatismo no es una herramienta de gobierno, es la única ideología que sobrevive en su entorno: una política sin proyecto, sin límites, y sin más horizonte que el poder mismo.



Reflexión final

Mientras siga funcionando el “con tal que no gobierne la derecha”, Sánchez seguirá siendo imprescindible para muchos. Aunque desgaste al PSOE. Aunque erosione la confianza institucional. Aunque convierta la política en un juego de equilibrios inestables. Porque el miedo, cuando se convierte en motor político, permite justificarlo todo.


La pregunta es: ¿hasta cuándo?





viernes, 23 de mayo de 2025

MEJOR NOS GOBIERNE LA DERECHA. ROBA MENOS

Corrupción política en España

El precio de desentenderse de la política es que acabarás siendo gobernado por los peores.

— Platón

La Derecha

Escuché esta frase muchas veces durante mi estancia en Perú. Reflejaba una percepción común: que la derecha, aunque también corrupta, lo es menos que la izquierda. Puede que tenga algo de cierto. Casos como Brugal y Naseiro me mostraron de cerca cómo opera la corrupción en la derecha. Pero decir que roban menos no es consuelo. La corrupción, venga de donde venga, es un delito y una inmoralidad.

En la derecha abundan los políticos con profesiones previas bien remuneradas: empresarios, altos funcionarios o técnicos cualificados. Leopoldo Calvo Sotelo fue ingeniero y presidente de una gran empresa; José María Aznar, inspector de Finanzas; Mariano Rajoy, notario. Sus trayectorias contrastan con la de muchos dirigentes socialistas. No siempre, pero sí con frecuencia.

La corrupción toma muchas formas: cohecho, malversación, tráfico de influencias, nepotismo. En gobiernos de derecha, suele estar ligada a beneficios para grupos económicos cercanos al poder: privatizaciones, contratos públicos o regulaciones hechas a medida. En España, los escándalos de los gobiernos del Partido Popular —casos Gürtel, Bárcenas, Brugal— provocaron una pérdida masiva de apoyo electoral y alimentaron el auge de movimientos populistas como Podemos, Sumar o Vox.

Luis Bárcenas, ex tesorero del PP, llevó una contabilidad paralela alimentada por donaciones ilegales de empresarios a cambio de contratos. Francisco Correa, cerebro del caso Gürtel, tejió una red de sobornos para conseguir adjudicaciones públicas. Estos casos no solo revelan corrupción, sino una erosión de la confianza pública en la democracia.


La izquierda y ultraizquierda

Pero la izquierda no queda exenta. El caso de los ERE en Andalucía implicó a altos cargos del PSOE en el desvío sistemático de fondos públicos. Más reciente es el escándalo de José Luis Ábalos, exministro de Transportes y figura clave del PSOE, vinculado a contratos opacos de mascarillas durante la pandemia, gestionados por su asesor más cercano.

También generan polémica los vínculos personales en el entorno del presidente del Gobierno. Su esposa, con solo el título de bachiller, dirige una cátedra universitaria en una de las instituciones más prestigiosas del país. Su hermano obtuvo una plaza hecha a medida en la orquesta de la Diputación de Badajoz. Todo esto alimenta la percepción de favoritismo, nepotismo y redes de privilegio.

Y desde la órbita de la ultraizquierda o izquierda alternativa, dirigentes como Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón, antes referentes de Sumar, se han visto envueltos en acusaciones por acoso sexual y delitos contra la libertad individual. Aunque algunos casos siguen en proceso, el daño a la credibilidad es evidente.

La corrupción es sistémica. No distingue entre derecha e izquierda. A veces se disfraza de eficiencia, otras de justicia social. Pero su origen es el mismo: abuso de poder, redes clientelares y falta de control institucional. Pensar que una ideología tiene la solución es ingenuo.

Frente a esto, algunos sectores de la izquierda proponen medidas drásticas: cordones sanitarios para impedir que la derecha gobierne, campañas mediáticas para “reeducar” a sus votantes o reducir fondos a gobiernos regionales liderados por la oposición. Son propuestas que, aunque disfrazadas de defensa democrática, rozan el autoritarismo.

Impedir el acceso al poder por medios no electorales debilita la democracia. Reeducar al votante es éticamente cuestionable y probablemente ineficaz. Castigar a comunidades por su voto destruye la igualdad territorial y aumenta la polarización. El riesgo es claro: un sistema que excluye acaba generando mártires, no soluciones.

En lugar de excluir al adversario, hay que reforzar la democracia: transparencia real, rendición de cuentas, justicia independiente, prensa libre. Solo así se combate la corrupción sin caer en nuevas formas de abuso. No se trata de quién roba más o menos. Se trata de evitar que roben, gobierne quien gobierne.

Publicado el 19 de diciembre de 2024

domingo, 18 de mayo de 2025

JUEZ MARCHENA. ANÁLISIS ACERTADO

 


Marchena y La justicia AMENAZADA: una advertencia con toga y cadenas

Publicado hoy, 16 de mayo, en El País, este artículo recoge y analiza el contenido del nuevo libro del magistrado Manuel Marchena, una obra que considero no solo oportuna, sino completamente acertada en su diagnóstico del momento institucional que vivimos.

Manuel Marchena no se lanza a la arena política, pero deja marcas visibles en la arena judicial. Su nuevo libro, La justicia AMENAZADA, más que una obra, es un gesto. Una advertencia envuelta en el lenguaje técnico de quien conoce el sistema por dentro y por arriba.

La imagen de portada lo dice todo: togas negras atadas con cadenas. No hay neutralidad estética ni casualidad editorial. Marchena lanza un mensaje claro desde el primer golpe de vista. La justicia está bajo presión, y aunque no lo diga con nombres propios, el aroma de la crítica se cuela por todas las páginas.

Una crítica sin destinatario… pero con dirección

Marchena evita la mención directa a medidas concretas como la amnistía a los líderes del procés, pero no por prudencia ideológica, sino por estrategia procesal. Sabe que cualquier desliz podría costarle la recusación en casos sensibles. Por eso desliza frases como dardos indirectos: “el poder político no ha superado la tentación de debilitar los mecanismos constitucionalmente concebidos”.

Su análisis va más allá de lo coyuntural. Alude a fenómenos estructurales: leyes con nombre y apellidos, control del Ministerio Fiscal, y una creciente instrumentalización de la norma. Señala sin señalar. Describe sin acusar. Pero todos entendemos a quién mira.

Marchena como símbolo de resistencia institucional

Este libro no es solo una reflexión teórica. Es un movimiento dentro de la judicatura. Viene firmado por el juez que presidió el juicio del procés, quien con su serenidad, control del relato y autoridad jurídica se convirtió en un referente de moderación y firmeza.

Al final de su carrera, Marchena no se calla. No rompe la neutralidad, pero la tensiona. No insulta, pero incomoda. Se planta. Su análisis técnico se convierte en una crítica política por acumulación. Cada párrafo empuja la idea de que algo está mal en el equilibrio de poderes, y que la toga, símbolo de justicia, está siendo apretada por cadenas cada vez más visibles.

Una intervención con calendario político

El libro aparece en un contexto de enfrentamiento institucional. Justo cuando el Gobierno impulsa la ley de amnistía, y mientras desde el entorno conservador se redoblan las llamadas a la movilización institucional. No es coincidencia. Aunque Marchena no marche con pancarta, su pluma se ha unido al ruido. Con forma de ensayo, pero con la fuerza de un editorial.

Su intervención no es un ataque, sino una alerta. Una forma de decir: “yo no acuso, pero observo”. Y lo que ve no le gusta. Ni a él, ni a quienes dentro del sistema judicial comparten su inquietud.

Y, en mi opinión, su análisis es totalmente correcto. Porque si algo debería preocuparnos en democracia es que el poder político busque atajos para esquivar los contrapesos que lo limitan. Marchena lo advierte, y conviene escucharle.

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sábado, 17 de mayo de 2025

CORRUPCIÓN EN ESPAÑA



Si existe una rendija por donde colarse, la corrupción no solo entrará, se instalará con despacho propio.


Análisis del informe de Transparencia Internacional 2024

Según el informe publicado por Transparencia Internacional, en 2024 España ha alcanzado su peor puntuación histórica en el Índice de Percepción de la Corrupción (IPC), obteniendo 60 puntos sobre 100, lo que la sitúa en el puesto 38 del ranking global.

Lo más sorprendente es la falta de cobertura mediática que ha tenido este informe. En otro momento, este dato hubiera ocupado las portadas de los principales periódicos nacionales. Sin embargo, ahora parece no interesar demasiado, a pesar de que evidencia una degradación democrática profunda.

La corrupción en España ha dejado de ser una práctica aislada para convertirse en una forma estructural de gobernar. Casos como el del Tito Berni, el escándalo de Begoña Gómez, el uso partidista del CIS por parte de Tezanos, el caso Koldo, los contratos inflados en pandemia, o el caso Ábalos, muestran un patrón reiterado de impunidad y descontrol institucional.

La coalición gobernante ha interiorizado la corrupción como un coste asumible del poder. Lo preocupante no es solo la comisión de irregularidades, sino la reacción institucional: el bloqueo de investigaciones, el uso del aparato del Estado para proteger a los implicados y el linchamiento mediático a los denunciantes.

El pacto con partidos como Junts o ERC, que han tenido miembros condenados por corrupción, tampoco ayuda a mejorar la imagen del país en este sentido. Más bien al contrario: proyecta una sensación de que todo vale con tal de mantenerse en el poder.

El caso de Ábalos es paradigmático. Un exministro relacionado con tramas oscuras y, sin embargo, arropado por sectores del propio partido. La reacción del Gobierno ha sido lenta, calculada y, sobre todo, protectora. No se trata de depurar responsabilidades, sino de gestionar daños de imagen.

España no solo pierde posiciones en los índices internacionales, sino que está perdiendo algo más importante: la confianza ciudadana en que el sistema puede regenerarse.

Consulta el informe completo en Transparencia Internacional.

viernes, 16 de mayo de 2025

DELITO DE REVELACIÓN


  


“Cuanto más incómoda es una verdad, más recursos se invertirán en negarla.”


La verdad como único deber del periodismo

He leído en su columna más reciente, como Arcadi Espada ataca de frente la hipocresía que rodea la polémica por la publicación de mensajes entre el presidente del Gobierno y su exministro José Luis Ábalos. Lo hace con ironía afilada y una defensa radical del periodismo cuya única moral —dice— debe ser la verdad.

No es el filtrador, es el mensaje

Espada denuncia cómo se criminaliza al filtrador de los mensajes, mientras se absuelve tácitamente al poder político que aparece retratado en ellos. Al mismo tiempo, defiende el derecho del periódico a publicar dicha correspondencia, argumentando que no hay delito alguno, y que su difusión cumple una función pública clara: mostrar cómo opera el poder cuando cree que nadie lo observa.


La pregunta es sencilla: ¿acaso no interesa saber lo que dice un presidente en privado, si esas palabras revelan decisiones, estrategias o valores que afectan a todos?



El buen periodismo es feo, pero necesario


Uno de los pilares del texto es la idea de que el mejor periodismo es aquel que incomoda. Que mira por la cerradura, porque es precisamente allí donde se esconden las verdades que el poder no quiere mostrar. Según Espada, la estética no es el criterio: la verdad sí. Y si esa verdad se encuentra en mensajes “feos” o personales, también deben publicarse.


Denunciar, según el autor, que se publique lo que es incómodo solo muestra el nerviosismo del poder ante la transparencia. Lo privado deja de serlo cuando quien lo emite representa a una institución pública.



Privacidad en las alturas


Espada lanza una metáfora aguda: “A medida que uno sube en la vida, pasa lo que en las altas montañas: la vida privada va desapareciendo como el oxígeno”. Cuanto más poder tienes, más se justifica el escrutinio. Y esa es la base de su argumentación: la vigilancia sobre los actos (y palabras) de quienes gobiernan no puede tener zonas vedadas.


Incluso juega con ejemplos irónicos de mensajes ficticios que, en su opinión, también deberían publicarse si el contexto lo justifica: una queja sobre el ritmo de trabajo o un malestar con una figura cercana al presidente, como Begoña Gómez. Todo sirve si apunta a una dimensión de lo público.



Transparencia y sátira política


Como es habitual en sus textos, Espada introduce referencias cultas y giros sarcásticos —desde Christopher Hitchens hasta la colocación de “pájaras” en el gobierno— para reforzar su visión: lo importante no es el decoro, es la verdad. Y si esa verdad pone incómodo al poder, más razón aún para mostrarla.


El remate es demoledor: en lugar de gritar escandalizados, el Gobierno y el partido deberían haber respondido a la filtración con una sola frase: “Un modélico ejercicio de transparencia.”


Arcadi Espada no solo defiende la publicación de los mensajes entre Sánchez y Ábalos, sino que la convierte en símbolo del único deber real del periodismo: decir la verdad, aunque duela. Especialmente cuando esa verdad afecta a quienes están más arriba, donde el aire escasea y la privacidad, simplemente, se evapora.


jueves, 15 de mayo de 2025

DELITO DE FILTRACIÓN



Si la verdad duele, siempre habrá un comité dispuesto a demostrar que es mentira.”



El delito de filtración: cuando el poder se atrinchera en el relato


En su columna de hoy en un diario nacional, titulada “El delito de filtración”, Alberto García Reyes lanza una crítica directa al presidente del Gobierno, señalando el uso del relato como escudo político. Según el autor, Pedro Sánchez no reacciona ante las filtraciones por violar derechos o la ley, sino por el impacto que tienen en su estrategia de poder.


El relato como instrumento de control


Durante su intervención en el Congreso, Sánchez calificó como escándalo una supuesta filtración relacionada con un correo del entorno de Isabel Díaz Ayuso. García Reyes subraya que esta filtración nunca existió, y que el presidente utiliza esa “indignación” como un movimiento político para victimizarse y, de paso, intentar desacreditar a sus adversarios.

Aquí no se está juzgando la legalidad de una acción, sino su utilidad narrativa. Y esto, como señala el artículo, es parte de una maquinaria que va mucho más allá de lo jurídico: se trata de imponer una versión de los hechos que blinde al Gobierno.


Silencios estratégicos y dobles varas


El autor recuerda con precisión quirúrgica que otras filtraciones, mucho más comprometedoras para el propio partido del Gobierno, nunca merecieron condena pública. Mensajes entre ministros, correos personales, documentación confidencial enviada por altos cargos… Todos estos episodios pasaron sin pena ni gloria para quienes hoy se llevan las manos a la cabeza.

Lo que revela este patrón es una doble vara de medir: solo es delito si la filtración perjudica a quienes están en el poder. Si beneficia al relato oficial, se disimula o incluso se instrumentaliza.



Una prensa en la cuerda floja


El texto también apunta al papel de ciertos medios y encuestadoras como el CIS, cuya credibilidad queda cada vez más en entredicho. Las encuestas parecen alinearse sospechosamente con los intereses del Ejecutivo, mientras la crítica periodística se diluye en medio de un bombardeo propagandístico que busca controlar todos los frentes: desde los platós hasta las redes sociales.


La alusión a la UCO y a las investigaciones judiciales, junto con la forma en que se manipulan los tiempos de los escándalos, refuerzan una idea: el verdadero campo de batalla no es legal, sino comunicacional.



Un cierre con sarcasmo y verdad


García Reyes cierra el artículo con ironía, evocando una copla convertida en dardo político entre Ábalos y Sánchez: “Acuérdate cuando entonces bajabas descalzo a verme y ahora no me conoces”. La frase funciona como símbolo de una relación rota, no solo personal, sino política. Una traición, una lealtad desechada, un escándalo que amenaza con devorar al PSOE desde dentro.


El remate es brutal: tratar de ocultar todo este lío mediático y político con un discurso de indignación moral es, según el autor, como intentar tapar una cagarruta con una boñiga. Crudo, pero directo.

Lo que está en juego no es si hubo o no una filtración. Es quién decide qué filtraciones importan y por qué. Cuando el poder legisla el relato y lo convierte en ley moral, el problema ya no es judicial: es democrático.




sábado, 3 de mayo de 2025

IGNORAR AL DISCREPANTE

Ilustración crítica


La desconfianza no es ignorancia: es desencanto


De la crisis de 2008 a los apagones de hoy, la historia reciente demuestra que quienes alzaron la voz contra el relato oficial no eran locos, sino ciudadanos críticos.

Durante años, la etiqueta de "conspiranoico" ha servido para desacreditar a quienes osaban cuestionar el discurso oficial. En 2008, se aplicó a quienes denunciaron que la crisis financiera fue una estafa. En 2020, a quienes criticaron medidas como las mascarillas al aire libre o el confinamiento infantil. Muchas de esas decisiones hoy parecen difíciles de justificar.

Lo mismo ha ocurrido con la guerra de Ucrania. Quienes advirtieron que se trataba de una disputa geopolítica fueron tachados de traidores. Hoy incluso Donald Trump ha reconocido su componente económico.

Los "preparacionistas" pasaron de ser caricaturizados a ser reivindicados por la Unión Europea, que ahora aconseja tener un kit de emergencia en casa.

Sin embargo, la deslegitimación persiste. Esta semana, tras una falsa alarma de apagón, el debate se centró en bulos y extremismos. Pero la realidad es que nuestras infraestructuras son frágiles, y eso lo vienen avisando muchos desde hace tiempo.

El verdadero problema no está en los rumores de redes, sino en unas instituciones que han perdido el contacto con la realidad. Para justificar decisiones impopulares, crean alarmismos interesados. Putin en la Gran Vía es caricatura, pero no muy lejos del discurso oficial.

La desconfianza nace del desencanto. La ciudadanía no ha perdido el juicio: ha perdido la fe en unas élites que ya no intentan convencer, solo imponer. Un gobierno que descalifica todo pensamiento crítico como populismo o peligro no fortalece la democracia: la debilita.

Como advierte el científico cognitivo Hugo Mercier en su libro No hemos sido engañados, el discurso del miedo a los bulos es funcional al poder. Sirve para ocultar que la verdadera amenaza no está en los memes de WhatsApp, sino en los discursos que infantilizan al pueblo.

No es el pueblo quien se ha embrutecido. Son las élites quienes han renunciado al debate. Y la confianza, como el respeto, hay que merecerla.

Nota del autor: Este texto está basado en un artículo de opinión previo, revisado y adaptado para su publicación en formato blog.

PSICOPATA O FASCINANTE